Poema I, incluido en el apartado "Dedicatoria" del libro "Las alas de una alondra madrugando" (Ed. Hiperión).
Para mi madre,
que me mostró la puerta y me tendió una llave;
que me enseñó que los únicos caminos
son los que nos acercan a nosotros mismos,
lo demás es arena.
Me dijo:
escribe con distancia
pero
sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria,
lo marchito y oscuro que ya está en las semillas.
Añadió:
vivir es defenderse de la vida,
y volvió a asegurarlo:
el que mira las olas ya ha vencido el naufragio;
sólo quien se conoce
puede oír el silencio que precede a los golpes,
puede sentir el mar que hay en las caracolas.
Me enseñó
que en cada nombre se esconde lo nombrado;
que en la palabra noche
fluyen ríos oscuros de carbón y cenizas,
que cuando digo madera
la voz se me puebla de raíces y carne,
que cuando digo te quiero
en mi boca despierta la cereza y la lluvia.
Y estas palabras suyas las llevaré grabadas para siempre:
Nada tiene sentido
por eso
todo vale la pena
porque todo
puede ser de la altura que le des a tus pasos.
que me mostró la puerta y me tendió una llave;
que me enseñó que los únicos caminos
son los que nos acercan a nosotros mismos,
lo demás es arena.
Me dijo:
escribe con distancia
pero
sin olvidar el cuarzo negro de la mina diaria,
lo marchito y oscuro que ya está en las semillas.
Añadió:
vivir es defenderse de la vida,
y volvió a asegurarlo:
el que mira las olas ya ha vencido el naufragio;
sólo quien se conoce
puede oír el silencio que precede a los golpes,
puede sentir el mar que hay en las caracolas.
Me enseñó
que en cada nombre se esconde lo nombrado;
que en la palabra noche
fluyen ríos oscuros de carbón y cenizas,
que cuando digo madera
la voz se me puebla de raíces y carne,
que cuando digo te quiero
en mi boca despierta la cereza y la lluvia.
Y estas palabras suyas las llevaré grabadas para siempre:
Nada tiene sentido
por eso
todo vale la pena
porque todo
puede ser de la altura que le des a tus pasos.