<<[...] Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos>>.

Gabriel Celaya

lunes, 5 de junio de 2017

Partida de nacimiento de Federico García Lorca


 
"D. Federico Palacios Rodríguez
Juez Municipal de Fuente Vaqueros
Certifico: Que en el folio cuarenta y seis vuelto del libro veinte de la sección de nacidos de este Registro Civil aparece lo siguiente - En Fuente Vaqueros a seis de Junio de mil ochocientos noventa y ocho ante D. Francisco González Hernández Juez Municipal y de mí el Secretario compareció D. Federico García Rodríguez de esta naturaleza y vecindad casado labrador y propietario y mayor de edad solicitando la inscripción en el Registro Civil de un niño que nació ayer a las doce de la noche y declara: Que es hijo legítimo de su esposa Dª Vicenta

 
Lorca Romero natural de Granada de esta vecindad mayor de edad. Que es nieto por línea paterna de D. Enrique García Rodríguez natural de Ventas de Huelma y Dª Isabel Rodríguez Mazuecos de esta naturaleza difuntos. Y por línea materna de D. Vicente Lorca González natural de Granada y Doña Concepción Romero Lucena de Santa Fe difuntos = Y que dicho niño ha de llamarse Federico - Fueron testigos D. José Peña González y D. Luis García Rodríguez de esta vecindad mayores de edad. Leída este acta se estampa en ella el sello del juzgado y la firma el señor juez testigos y declarante de que certifico [...]".





 

viernes, 28 de abril de 2017

Bécquer habla del origen del verso "Poesía... eres tú"


El Contemporáneo, 20 de diciembre de 1860

 
   "En una ocasión me preguntaste: ¿Qué es la poesía?
   ¿Te acuerdas? No sé a qué propósito había yo hablado algunos momentos antes de mi pasión por ella.
   ¿Qué es la poesía? me dijiste; y yo, que no soy muy fuerte en esto de las definiciones, te respondí titubeando: la poesía es... es... y sin concluir la frase buscaba inútilmente en mi memoria un término de comparación, que no acertaba a encontrar.
   Tú habías adelantado un poco la cabeza para escuchar mejor mis palabras; los negros rizos de tus cabellos, esos cabellos que tan bien sabes dejar a su antojo, sombrear tu frente con un abandono tan artístico, pendían de tu sien y bajaban rozando tu mejilla hasta descansar en tu seno; en tus pupilas, húmedas y azules como el cielo de la noche, brillaba un punto de luz, y tus labios se entreabrían ligeramente al impulso de una respiración perfumada y suave.
   Mis ojos que, a efecto sin duda de la turbación que experimentaba, habían errado un instante sin fijarse en ningún sitio, se volvieron entonces instintivamente hacia los tuyos, y exclamé al fin: ¡la poesía... la poesía eres tú!
   ¿Te acuerdas?

   
   Yo aún tengo presente el gracioso ceño de curiosidad burlada, el acento mezclado de pasión y amargura con que me dijiste: ¿Crees que mi pregunta sólo es hija de una vana curiosidad […]? Te equivocas. Yo deseo saber lo que es la poesía, porque deseo pensar lo que tú piensas, hablar de lo que tú hablas, sentir con lo que tú sientes, penetrar por último en ese misterioso santuario en donde a veces se refugia tu alma, y cuyo dintel no puede traspasar la mía.
   Cuando llegaba a este punto se interrumpió nuestro diálogo. Ya sabes por qué. Algunos días han transcurrido. Ni tú ni yo lo hemos vuelto a renovar, y sin embargo, por mi parte no he dejado de pensar en él. Tú creíste, sin duda, que la frase con que contesté a tu extraña interrogación, equivalía a una evasiva galante.
   ¿Por qué no hablar con franqueza? En aquel momento di aquella definición, porque la sentí, sin saber siquiera si decía un disparate.
   Después lo he pensado mejor, y no dudo al repetírtelo. La poesía eres tú.
   ¿Te sonríes? Tanto peor para los dos. Tu incredulidad nos va a costar a ti el trabajo de leer un libro y a mí el de componerlo.
   ¡Un libro! exclamas palideciendo y dejando escapar de tus manos esta carta. No te asustes. Tú lo sabes bien: un libro mío no puede ser muy largo. Erudito, sospecho que tampoco. Insulso, tal vez; mas para ti, escribiéndolo yo, presumo que no lo será, y para ti lo escribo.
   Sobre la poesía no ha dicho nada casi ningún poeta [...].
   No te extrañes. Un sabio alemán ha tenido la humorada de reducir a notas y encerrar en las cinco líneas de una pauta el misterioso lenguaje de los ruiseñores. Yo, si he de decir la verdad, todavía ignoro qué es lo que voy a hacer, así es que no puedo anunciártelo anticipadamente.
   Sólo te diré, para tranquilizarte, que no te inundaré en ese diluvio de términos que pudiéramos llamar facultativos, ni te citaré autores que no conozco, ni sentencias en idiomas que ninguno de los dos entendemos.
   Antes de ahora te lo he dicho. Yo nada sé, nada he estudiado, he leído un poco, he sentido bastante y he pensado mucho, aunque no acertaré a decir, si bien o mal. Como sólo de lo que he sentido y he pensado he de hablarte, te bastará sentir y pensar para comprenderme.
   Herejías históricas, filosóficas y literarias presiento que voy a decir muchas. No importa. Yo no pretendo enseñar a nadie, ni erigirme en autoridad, ni hacer que mi libro se declare de texto.
   Quiero hablarte un poco de literatura, siquiera no sea más que por satisfacer un capricho tuyo; quiero decirte lo que sé de una manera intuitiva, comunicarte mi opinión y tener al menos el gusto de saber, que si nos equivocamos, nos equivocamos los dos, lo cual, dicho sea de paso, para nosotros equivale a acertar.
   La poesía eres tú, te he dicho, porque la poesía es el sentimiento […].
   La poesía eres tú porque esa vaga aspiración a lo bello que la caracteriza y que es una facultad de la inteligencia en el hombre, en ti pudiera decirse que es un instinto.
   La poesía eres tú porque el sentimiento […] constituye una parte de ti misma [...], la poesía eres tú; porque tú eres el foco de donde parten sus rayos.
   El genio verdadero tiene algunos atributos extraordinarios que Balzac llama femeninos y que efectivamente lo son [...]
   Quizá cuanto te he dicho lo habrás encontrado confuso y vago. Tampoco debe maravillarte.
   La poesía es al saber de la humanidad lo que el amor a las otras pasiones.
   El amor es un misterio. Todo en él son fenómenos a cuál más inexplicables; todo en él es ilógico; todo en él es vaguedad y absurdo.
   La ambición, la envidia, la avaricia, todas las demás pasiones tienen su explicación y aun su objeto, menos la que fecundiza el sentimiento y lo alimenta.
   Yo, sin embargo, la comprendo; la comprendo por medio de una revelación interna,confusa e inexplicable.
   Deja esta carta, cierra tus ojos al mundo exterior que te rodea, vuélvelos a tu alma, presta atención a los confusos rumores que se elevan de ella, y acaso la comprenderás como yo".

                                                           (Bécquer, Cartas literarias a una mujer,
                                                            El Contemporáneo, 20 de diciembre de 1860). 



lunes, 20 de febrero de 2017

Febrero y La Regenta: cartas de Galdós y Pereda en torno a la prodigiosa obra maestra de Clarín


Carta de Pereda a Galdós (20.02.1885)
 
 
9 de febrero de 1885. Carta de Pereda a Clarín.
 
      "En rigor, yo no debiera hablar a V. de su libro, que no es más que una exposición, hasta conocer toda la novela; pero como por lo conocido se trasluce la calidad de lo que falta, y hay en ello mucha tela que cortar, bien se puede echar un párrafo, y hasta hacer afirmaciones concluyentes en vista del primer tomo, sin riesgo de enmendarlas con la lectura del 2º [...].
      Considerando así lo que conozco de La Regenta, y en conjunto, encuentro en ello un completo derroche de ingenio y de gracia [...], trazos y color de maestro en la figura del antipático magistral, y particularmente en la de su madre, en mi opinión el personaje de mayor relieve artístico que hay en la obra [...].
      No sé si [...] a todos causará tan desagradable impresión como a mí [...], que entre tantas mujeres que aparecen en el libro, no haya una sola que tenga vergüenza, contando con que la heroína queda al fin del tomo a pique de perder la suya. [...], todas están roídas por el mismo gusano, y todas están dispuestas a echarse, en cuanto un hombre les ponga la mano encima, si es que no se han echado ya [...]. Lo que tiene de epidémico este mal, sin contar con una fea naturaleza, produce cierta monotonía de caracteres que perjudica mucho al cuadro. [...]
      Díceme V. que cree haber sido imparcial en su obra [...], estamos en completo desacuerdo. ¿Y cómo no estarlo? Si Vetusta fuera eso; si así fueran sus mujeres, y su Clero y sus muchachos y sus hombres [...], una persona [...] que tuviera sentido común, renegaría de su casta, emplumaría a su propia mujer, aborreciera a su madre; y después de poner fugo a la casa, y a la calle y el pueblo entero, acabaría por irse a vestir el tapa-rabo entre los salvajes de Mozambique.
      [...] sintiendo en el alma tener que darle la enhorabuena con reservas, porque al cabo se trata de un libro que, en conciencia, tengo que ocultar a la curiosidad inexperta de mi hijo mayor, que comienza ahora a reparar en las mujeres guapas y en las obras bien escritas”.


20 de febrero de 1885. Carta de Pereda a Galdós.

      "Supongo que habrá V. leído La Regenta, y me consta que su autor espera con ansia el dictamen de V. Allá tiene ya el mío [...], sé que no le ha incomodado ni mucho menos; y eso que no me mordí la lengua para decirle lo que me parecían ciertas y determinadas cosas que ahí acontecen. Ya supondrá V. a cuáles aludo. Pero ¡cuánta gracia y cuánto ingenio hay derrochados en aquellas páginas! Podrá aquello no ser un modelo de novelas, y para mí desde luego no lo es; pero ninguno que lo considere con ánimo sereno dejará de comprender que en Clarín hay un novelista de empuje, que con un poco de juicio y de imparcialidad puede hacer grandes cosas".


24 de febrero de 1885. Respuesta de Galdós a Pereda.

      "El tomo de Sotileza, que me dejó Marañón aquel día. Había pensado no leerlo hasta acabar el de Clarín, pero no tuve paciencia, y del primer envite me leí el primer capítulo, el cual le digo a V. con verdad me anonadó. Cuando lo acabé habría echado de buena gana al fuego todo los primeros que se puedan escribir, nada más le digo de su obra, que no conozco aún [...].
      Creo que pensamos del mismo modo en cuanto a La Regenta, aun cuando en la cuestión de que quizá sea yo más indulgente que V. Qué vomitará su ingenio , ¡qué talento tan preclaro, y vario, qué agudeza y qué donaire! En cuanto a la cobranza, escribiré a Leopoldo dándole mis plácemes, y después se los daré a V. por Sotileza".


24 de febrero de 1885. Carta de Galdós a Clarín.

      "Pues desde que empecé a leer su novela, hasta ahora, los personajes y sucesos de ella me persiguen de tal manera que van conmigo a donde quiera que voy, me acometen desde que abro los ojos, y no me dejan hasta que los cierro. Si yo soñara (y no sueño nunca) soñaría con ellos. Crea V. que su obra la tengo metida entre ceja y ceja, en términos que no me deja vivir, ni trabajar ni pensar en nada que no sea de ella".


26 de febrero de 1885. Carta de Pereda a Clarín.

      "¡Si supiera V. que peso tan grande me ha quitado de encima con hacerme saber que V. había tomado mis sinceridades en el único sentido que llevaban! Porque aunque yo tenía la tranquilizadora garantía del gran entendimiento de V., lícito me era sospechar que por una mala explicación, o por la rudeza misma de la firma, mis intenciones no resultaron con claridad debida. Conste, pues, amigo mío, una vez más, y tan recio como apetezcan los más sordos que nada tienen que ver los peros, que me permití señalar en la novela, con las extraordinarias aptitudes del novelista. Este es el caso.
      Comprendo la ansiedad con que aguarda V. el parecer de nuestro amigo Galdós; y para írsela dulcificando un poco, me cabe hoy la satisfacción de anticiparle una ligera muestra de la calidad de aquél. Anoche recibí carta suya avisándome, entre otras cosas de que me habla, el recibo de Sotileza, de la cual solo ha leído un capítulo, por estar acabando de leer La Regenta y muy atareado con su novela de frac, que tendrá dos tomos.
      Al final de su carta me dice:
      "Creo que pensamos del mismo modo de La Regenta, ¡Qué vomitera de ingenio!, ¡qué talento tan flexible y vario! ¡qué agudeza y qué donaire! En cuanto la concluya escribiré a Leopoldo dándole mis plácemes. Después se los daré a V.".