La
"[...] personalidad literaria que revelan Las flores del mal,
digna de ser entendida por quien no atiende a lo nuevo y original por
absurdo y atrevido, pero tampoco lo desprecia por su novedad y
atrevimiento mismos. Ya se sabe que en nuestros tiempos multitud de
autores aspiran a llamar la atención por medio de rarezas y
esfuerzos y dislocaciones, como los mismos titiriteros que, ante una
competencia desconsoladora, se entregan a la desesperación del salto
mortal y del equilibrio imposible, y llegan a inventar modos
inauditos para colgar la vida de un cabello, y acaban por cortar el
cabello. Los literatos que buscan a toda costa el buen éxito, hacen
eso, ya se sabe; pero la gracia de la crítica consiste en distinguir
entre el pobre diablo que busca un pedazo de pan dando dos vueltas
por los aires y el escritor verdadero, que obedece, al marchar por
camino desusado, a su temperamento extraordinario y de caracteres
singulares, no a las sugestiones del hambre o de la vanagloria... En
Baudelaire se puede leer entre líneas toda una metafísica; por lo
menos hay allí un poeta que ve y siente a su modo los fundamentales
principios de la realidad en cuanto compete a nuestra vida: hace
pensar en cosas grandes, nos conmueve profundamente y nos lleva a las
regiones de los ensueños graves y a los dominios de esa idealidad
que está por encima de las diferencias de idealismos y
realismos [...]".
"Después
de leer Las flores del mal [...] subsiste siempre la idea de que se
ha tenido enfrente a uno de los pocos semejantes que tenían algo
nuevo por contarnos y que sabían decirlo de una manera agradable,
original y propia. En cambio, en tantos y tantos poetas mediocres
como se presentan con ciertas sorpresas de lenguaje y tal o cual
sofisma estético más o menos recalentado, en vano buscamos una
sustancia que revele el hombre notable, el pensador original, fuerte,
o el alma que ha pasado por sentimientos de vigor extraordinario
[...]".
"[...]
hoy Baudelaire sigue siendo digno de ser leído, porque su nota
característica llega al corazón y embelesa el sentido como los
otros grandes autores que nunca fueron admirados por sorprendentes
[...]. Un poeta original cuyo temperamento produjo una poesía
nerviosa, vibrada, lacónica, plástica, pero no alucinada, ni
materialista, ni indiferente".
Leopoldo Alas "Clarín"
La Ilustración Ibérica, 26 de noviembre de 1887.